martes, 17 de febrero de 2009

NO CODICIARÁS EL LIBRO AJENO

Son innumerables los comentarios irónicos acerca de aquella gente que olvida regresar los libros que les prestan. En cambio, los martillos, escaleras, destornilladores y un largo etcétera también prestados y nunca devueltos, deben ser igualmente numerosos, pero no han generado un volumen similar de sarcasmos. Supongo que esta superabundancia de los libros en la chistología tiene que ver con el hecho de que las víctimas de tales olvidos son gente con un cierto nivel cultural, poco dadas a recuperarlos mediante la violencia y que, por tanto, desahogan su frustración contra los victimarios haciéndolos a su vez víctimas del ingenio.
Ni que decir tiene que tal recurso es del todo ineficaz con gente de esa calaña. Las palabras ingeniosamente hirientes que
harían llorar de humillación a una persona sensible, chocan con una espesa capa de brutalidad y primitivismo cuando se dirigen a estos acaparadores de libros ajenos. Pero esto nos pone sobre la pista del error de partida que cometen los perjudicados al preguntarse por los motivos de una pérdida que les provoca tanto dolor: el suponer que aquellos que no devuelven los libros lo hacen llevados por su pasión hacia la lectura y la cultura en general. "Cree el ladrón que todos son de su condición" (que desafortunado resulta el refrán en este caso), por lo que llegan a creer que si un presunto amigo no les devolvió el libro que le recomendaron tan encarecidamente es porque les ha provocado el mismo éxtasis y ha decidido conservarlo para sí.
De mi limitada experiencia acerca de la naturaleza humana he llegado a la conclusión de que nuestra especie se divide en dos grupos, según el valor de uso que le concede a los libros. ¿Quién no ha detenido su vista con delectación sobre el libro que se dispone a leer mientras acaricia amorosamente las tapas?¿Quién no ha pasado largos momentos de felicidad contemplando embelesado su biblioteca particular?¿Quién no ha dedicado horas enteras a ensayar nuevas formas de clasificación de sus libros, tan sólo para llegar a la conclusión que es preferible ese maravilloso desorden que nos procura agradables encuentros fortuitos?¿Quién no ha comprado libros que sabe que no va a leer en muchísimo tiempo, quizá nunca, o que ya leyó, tan sólo por el placer de poseerlos?¿Quién no ha experimentado terribles angustias al pensar que ni siquiera un vida entera dedicada íntegramente a la lectura alcanzaría para leer todos los libros que uno se ha impuesto como obligación?
Pues casi todos los que nos rodean. Esos cafres consideran al libro como un bien que se agota con su primer (y único para ellos) uso. Una vez leído, o más frecuentemente medio leído, o aún más frecuentemente rápidamente hojeado, o en la mayoría de los casos sopesado ("Uy qué libro tan gordo") mientras se observa distraídamente la cubierta, el libro pierde para ellos cualquier valor que pudiera tener de antemano. Es por ello que no consideran una falta de etiqueta el no devolver un libro, puesto que si el que se los prestó ya lo leyó, para qué lo va a querer. Es más, en lo más profundo de su ser creen que quién se lo prestó en realidad pretendía deshacerse de él para desahogar espacio en la casa. Es por eso también que los libros prestados son siempre irrecuperables, ya que al dejarlos en manos de esta clase de individuos se inicia una serie de préstamos en cadena de una velocidad febril que en poco tiempo los vuelve ilocalizables, a no ser que el propietario haya tenido la prudencia de colocarles un chip. Aunque esto último tan sólo le servirá para ubicarlo, tras una frenética persecución, en algún vertedero bajo toneladas de basura.
En fin, como minoría marginada no nos queda más que resignarnos a este estado de cosas. Pero no por ello deje de prestar libros, yo mismo he armado así buena parte de mi biblioteca.

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