lunes, 16 de febrero de 2009

EL MACHO SENSIBLE

Clint Eastwood es el personaje que mejor representa la diferencia entre la película del sábado en la tarde y la del sábado en la noche de la que hablaba ayer. Casi cada sábado la televisión nos proporcionaba una ración semanal de películas del Oeste, por lo que su caracterización como el "hombre sin nombre" de los spaghetti western es uno de mis recuerdos infantiles. Incluso para un niño pequeño como yo la diferencia entre él y los pistoleros de otras películas era evidente: iba mugroso, sin afeitar, en los momentos de tensión las gotas de sudor le resbalaban por la frente, las moscas le estorbaban constantemente... Tampoco se prodigaba en las frases heroicas ni en las exclamaciones que tanto nos gustaba imitar cuando jugábamos a "indios y vaqueros". Al contrario, el ingenio de su laconismo pasaba inadvertido para mi mente infantil. En suma, en nada se parecía a mis héroes favoritos. Pero al mismo tiempo el "hombre sin nombre" tenía un cierto magnetismo, como que simbolizaba algo plenamente adulto que no se podía imitar, a lo que sólo se podía llegar con la experiencia que da la vida.
Su caracterización de "Harry el Sucio", en cambio, pertenecía al reino de los sábados en la noche, por lo que estaba vedada para mí. De los momentos que la distracción de mis padres me permitieron ver sólo recuerdo algún atisbo de un personaje parecido al de los westerns pero más airado. Sin embargo, cuando llegué a la adolescencia y entendí mejor el mundo, aprendí que el personaje que me había atraído de niño era un fascista y que, por tanto, merecía mi más absoluto desprecio. Como no podía ser de otro modo, el sentimiento se trasladó también a la persona y Clint Eastwood pasó a formar parte de la galería de actores odiosos junto a Chuck Norris, Sylvester Stallone o Charles Bronson.
Sin perdón, película que dirigió en interpretó, resquebrajó esta visión tan esquemática. Un western protagonizado por ancianos que se reivindican al final de su vida tenía algo de defensa de la dignidad del ser humano. Además, aunque finalizaba con una gran explosión de violencia, ésta se dirigía contra la autoridad del sheriff, un auténtico fascista, y no provocaba la exaltación que podría esperarse, sino un sentimiento de amargura. No obstante, cuando ya se había desembarazado de una etiqueta, su agitada vida privada me obligó a colgarle otra aún peor, la de misógino.
Esta nueva imagen duró hasta Los puentes de Madison, que también dirigió e interpretó. Este romance adúltero, en el que una mujer madura descubre la pasión que una plácida existencia le ha negado durante toda la vida, transmitía una sensibilidad que se contradecía con la imagen de macho que me había formado de Clint Eastwood. Pero mi rendición definitiva llegó con La chica del millón de dólares. En esta ocasión, el sentimiento se traslada de una pareja unida por una pasión fugaz, al amor entre padre e hija. El hecho que un hombre sólo y desahuciado renuncie por amor a la que ha hecho su hija, a la única persona que podía dar algo de sentido a los últimos años de su vida, es una de las tragedias que más me han conmovido en los últimos años.
Después aún llegó su par de películas sobre la batalla de Iwo Jima, en especial la contada desde el lado japonés. Una gran película con un eficaz mensaje antibélico. Hay un cierto misterio en todo esto, ¿cómo es posible que la misma persona que interpretó a "Harry el Sucio" demuestre luego tanta sensibilidad? Porque lo que además me sume en una cierta perplejidad es que no cabe duda que Clint Eastwood sigue siendo un tipo "de derechas". Quizá la vida es más complicada de lo que pensaba, pero como mínimo en su trayectoria Clint Eastwood representa el cambio de visión que experimentas cuando ya no eres niño: que en la vida adulta no sólo hay fuerza bruta, también hay lugar para los sentimientos. Está bien que los hombres sean muy hombres, pero también tienen que ser sensibles.

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