¿De dónde procede esa sensación de impunidad que casi siempre nos deja la acción de la justicia en México? No será por la falta de procedimientos y de sentencias, eso seguro. Cada vez que llega al conocimiento del público algún caso de abuso por parte de los poderosos se nos informa de la apertura de expedientes e investigaciones. Investigaciones que al cabo de unos meses, cuando la irritación por ese abuso en concreto ha dejado paso a la indignación por otros escándalos, concluyen invariablemente en absoluciones o en comunicados que informan que "una vez concluido el expediente, se ha decidido el no ejercicio de la acción penal". No podía ser de otra forma, en el país de las apariencias los abusones no se contentan sólo con robar, también quieren su certificado de buena conducta.
Es precisamente esta hipocresía la que me provoca más indignación. Deforman de forma aberrante principios consagrados como la presunción de inocencia o la seguridad jurídica para, no sólo abusar impunemente, sino encima cubrirse de una pátina de respeto a la legalidad y tildar a aquellos que protestan por tanta farsa de resentidos o, aún peor, de intolerantes que no respetan las leyes e instituciones "que los mexicanos nos hemos dado" y "que tanto costaron construir". Es increíble cuanto cinismo. Lo único que demuestran es su desvergüenza en aprobar leyes y reglamentos a modo o, cuando eso no les es posible, su interpretación sesgada y torticera.
Con mis menos que rudimentarios conocimientos jurídicos he llegado a identificar dos formas de actuación de la autoridad cuando tiene que resolver cualquier conflicto. A una la podríamos llamar garantismo, a la otra legismo. La primera corresponde al criterio que se basa en identificar los principios que inspiraron las leyes. En este caso la ley es una garantía de que esos principios se lleven a la práctica, que las relaciones sociales se rigen realmente por ellos. Cada caso concreto se resolverá haciendo prevalecer el espíritu que emana de los principios de justicia, libertad e igualdad que definen la democracia.
El legismo, en cambio, no trasciende más allá de la letra de la ley. Con el pretexto de que ésta contiene todos los elementos que permiten juzgar un caso, se ampara en que seguir las formas de un procedimiento otorga completa legitimidad al resultado de éste, cualquiera que sea. En el fondo no es más que una misa en que la liturgia ha desplazado por completo al sentimiento religioso. Y además en latín, porque su jerga incomprensible no es más que otro subterfugio para encubrir sus trapacerías. Despojando a la ley de su alma convierten a lo que debería ser un instrumento de justicia en la misma encarnación de la justicia, en una vulgar caricatura.
Por supuesto que se podría identificar este último proceder con un ánimo más metódico y el primero con un impulso idealista, pero no veo porqué ambos tienen que estar reñidos. Lo que identifico con legismo son aquellas decisiones que ya están tomadas de antemano, esas actuaciones que empiezan dictando sentencia y después buscan la forma de justificarla. Y si no, ¿cuantas veces se ha interpretado una ley de formas distintas, pero curiosamente el beneficiario siempre es el mismo?
Ellos mismos dictan la ley, la interpretan y la aplican. Ellos saben que es mal teatro y por eso no nos exigen que aplaudamos. Pero eso sí, no nos perdonan el precio de la entrada.
Es precisamente esta hipocresía la que me provoca más indignación. Deforman de forma aberrante principios consagrados como la presunción de inocencia o la seguridad jurídica para, no sólo abusar impunemente, sino encima cubrirse de una pátina de respeto a la legalidad y tildar a aquellos que protestan por tanta farsa de resentidos o, aún peor, de intolerantes que no respetan las leyes e instituciones "que los mexicanos nos hemos dado" y "que tanto costaron construir". Es increíble cuanto cinismo. Lo único que demuestran es su desvergüenza en aprobar leyes y reglamentos a modo o, cuando eso no les es posible, su interpretación sesgada y torticera.
Con mis menos que rudimentarios conocimientos jurídicos he llegado a identificar dos formas de actuación de la autoridad cuando tiene que resolver cualquier conflicto. A una la podríamos llamar garantismo, a la otra legismo. La primera corresponde al criterio que se basa en identificar los principios que inspiraron las leyes. En este caso la ley es una garantía de que esos principios se lleven a la práctica, que las relaciones sociales se rigen realmente por ellos. Cada caso concreto se resolverá haciendo prevalecer el espíritu que emana de los principios de justicia, libertad e igualdad que definen la democracia.
El legismo, en cambio, no trasciende más allá de la letra de la ley. Con el pretexto de que ésta contiene todos los elementos que permiten juzgar un caso, se ampara en que seguir las formas de un procedimiento otorga completa legitimidad al resultado de éste, cualquiera que sea. En el fondo no es más que una misa en que la liturgia ha desplazado por completo al sentimiento religioso. Y además en latín, porque su jerga incomprensible no es más que otro subterfugio para encubrir sus trapacerías. Despojando a la ley de su alma convierten a lo que debería ser un instrumento de justicia en la misma encarnación de la justicia, en una vulgar caricatura.
Por supuesto que se podría identificar este último proceder con un ánimo más metódico y el primero con un impulso idealista, pero no veo porqué ambos tienen que estar reñidos. Lo que identifico con legismo son aquellas decisiones que ya están tomadas de antemano, esas actuaciones que empiezan dictando sentencia y después buscan la forma de justificarla. Y si no, ¿cuantas veces se ha interpretado una ley de formas distintas, pero curiosamente el beneficiario siempre es el mismo?
Ellos mismos dictan la ley, la interpretan y la aplican. Ellos saben que es mal teatro y por eso no nos exigen que aplaudamos. Pero eso sí, no nos perdonan el precio de la entrada.
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