Cuando era muy niño tan sólo existía un canal de televisión en España, de carácter público. Bueno, había un segundo canal, también público y con una vocación más cultural, que no recuerdo que viera alguien. Por este motivo la televisión era más reverenciada y el gusto televisivo de la gente más unánime. El llamado "hombre del tiempo", por ejemplo, era una de las personas más conocidas del país. Otra de las características de la televisión de esa época es que sólo se pasaban dos películas en toda la semana, ambas el sábado. La de la tarde estaba dentro del horario infantil, pero los niños de aquella época no les merecíamos la misma consideración a los grandes estudios que los de la actualidad. Eran contadas las películas que se hacían para el público infantil, por lo que los programadores de televisión consideraban que las películas viejas de Tarzán y de "indios y vaqueros" eran un entretenimiento más que digno para nosotros.
La película del sábado en la noche, en cambio, indicaba la hora en que nos teníamos que ir a dormir. Era también el momento de una escena que se repetía cada semana: si durante toda la tarde habíamos desesperado a los padres con nuestra hiperactividad, en cuanto empezaba la película se operaba una profunda metamorfosis. Nos quedábamos muy quietos, callados, casi sin respirar, intentando pasar desapercibidos el mayor tiempo posible para aplazar al máximo el instante fatal en que nos mandarían a la cama. Pero se trataba de un esfuerzo inevitablemente abocado al fracaso. El primer beso, el primer tiro, la primera grosería... todo ello eran palancas que activaban en nuestros padres la conciencia de que eran precisamente eso, padres, y por tanto con niños pequeños que a esa hora debían estar durmiendo. Las protestas de cada sábado se topaban invariablemente con dos excusas que se repetían también semanalmente en distintas versiones: "a esta hora los niños ya están en la cama" y "esta película no es para niños".
La vida de una persona de divide convencionalmente en etapas: la niñez, la juventud, la etapa adulta, la vejez... El desarrollo de nuestras sociedades occidentales ha añadido también la adolescencia, una edad en que la mayoría de la Humanidad ya se tiene que ganar el pan, pero en la que en los países ricos nos toleran causar problemas sin aportar nada a cambio. No obstante, aún siendo niño hay una diferencia importante entre ser un "niño pequeño" y un "niño grande". En mis tiempos el rito de paso entre estas dos etapas era el momento en que te permitían ver la película del sábado en la noche.
Pero en mi caso, la condición de hijo mayor contribuyó a retrasar mi acceso a la condición de "niño grande". Y es que a la edad en que mis padres debían considerar que la visión de una teta o la audición de un "cabrón" ya no me deslizaría fatalmente a la delincuencia y la drogadicción, me topaba con el obstáculo de dos hermanas más pequeñas que también reivindicaban su derecho a ver la película. La sordidez de la escena que tenía lugar entonces superaba con mucho la violencia que pudiera contener la película y me confrontó a una temprana edad con la perversidad intrínseca del alma humana. En el momento en que mis padres indicaban a mis hermanas que había llegado el momento de que se fueran a dormir, ellas me señalaban acusadoramente con el dedo y les reclamaban porqué yo sí me podía quedar. Rápidamente adoptaba un gesto lo más maduro posible, pero la respuesta que daban mis padres para ahorrarse nuevas explicaciones caía sobre mí como una losa:
-No. Él también se va a la cama.
Y todo esto porque quería hablar de Clint Eastwood. Mejor sigo otro día.
La película del sábado en la noche, en cambio, indicaba la hora en que nos teníamos que ir a dormir. Era también el momento de una escena que se repetía cada semana: si durante toda la tarde habíamos desesperado a los padres con nuestra hiperactividad, en cuanto empezaba la película se operaba una profunda metamorfosis. Nos quedábamos muy quietos, callados, casi sin respirar, intentando pasar desapercibidos el mayor tiempo posible para aplazar al máximo el instante fatal en que nos mandarían a la cama. Pero se trataba de un esfuerzo inevitablemente abocado al fracaso. El primer beso, el primer tiro, la primera grosería... todo ello eran palancas que activaban en nuestros padres la conciencia de que eran precisamente eso, padres, y por tanto con niños pequeños que a esa hora debían estar durmiendo. Las protestas de cada sábado se topaban invariablemente con dos excusas que se repetían también semanalmente en distintas versiones: "a esta hora los niños ya están en la cama" y "esta película no es para niños".
La vida de una persona de divide convencionalmente en etapas: la niñez, la juventud, la etapa adulta, la vejez... El desarrollo de nuestras sociedades occidentales ha añadido también la adolescencia, una edad en que la mayoría de la Humanidad ya se tiene que ganar el pan, pero en la que en los países ricos nos toleran causar problemas sin aportar nada a cambio. No obstante, aún siendo niño hay una diferencia importante entre ser un "niño pequeño" y un "niño grande". En mis tiempos el rito de paso entre estas dos etapas era el momento en que te permitían ver la película del sábado en la noche.
Pero en mi caso, la condición de hijo mayor contribuyó a retrasar mi acceso a la condición de "niño grande". Y es que a la edad en que mis padres debían considerar que la visión de una teta o la audición de un "cabrón" ya no me deslizaría fatalmente a la delincuencia y la drogadicción, me topaba con el obstáculo de dos hermanas más pequeñas que también reivindicaban su derecho a ver la película. La sordidez de la escena que tenía lugar entonces superaba con mucho la violencia que pudiera contener la película y me confrontó a una temprana edad con la perversidad intrínseca del alma humana. En el momento en que mis padres indicaban a mis hermanas que había llegado el momento de que se fueran a dormir, ellas me señalaban acusadoramente con el dedo y les reclamaban porqué yo sí me podía quedar. Rápidamente adoptaba un gesto lo más maduro posible, pero la respuesta que daban mis padres para ahorrarse nuevas explicaciones caía sobre mí como una losa:
-No. Él también se va a la cama.
Y todo esto porque quería hablar de Clint Eastwood. Mejor sigo otro día.
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