jueves, 29 de enero de 2009

FORJADORES DE LA HISTORIA

Hace unos años mi profesor de francés nos decía que el inicio de la era moderna se fecha en 1769 cuando Rousseau termina de escribir sus Confesiones, pues se trata de la primera vez que alguien habla de su vida en términos exclusivamente de experiencias, sentimientos y reflexiones propias, dejando de lado a la divinidad y otras realidades trascendentes. Un compañero lo rebatió afirmando que en ese caso la modernidad inicia con El Príncipe de Maquiavelo (escrito en 1513), pues he ahí un tratado de política liberado de cualquier moral religiosa. Lo que siguió fue un debate tan interesante como estéril, ya que poner una fecha de arranque a cualquier movimiento histórico no deja de ser arbitrario: todos los pensadores han recibido influencias de pensadores anteriores y podríamos seguir la cadena hasta el principio de la Humanidad.
Sin embargo, cualquier autor que haya leído que aborde el tema del Renacimiento o la Ilustración siente la irresistible tentación de sugerir una fecha de bautismo. La más curiosa es la anécdota que narra Alfred von Martin sobre un rico comerciante italiano del siglo XV que en el libro de contabilidad de su negocio anotó en la columna del debe la muerte de su hijo a manos de una familia rival, para unas semanas después anotar en la columna del haber la ejecución de un miembro de esa familia a manos de un sicario que había contratado para tal efecto. No hay duda que esa racionalidad en el dominio de las pasiones revela una mentalidad digamos que muy "moderna", pero aquellos que no gusten de un inicio tan macabro pueden volver los ojos al David de Miguel Ángel. Hasta entonces la escultura se consideraba una simple imitación de la creación divina, mas con su arte Miguel Ángel llega a convertirse en un dios que supera al anterior. El ser humano por fin se ha emancipado de la tutela del Creador.
Sin embargo, no debería haber dudas de que la modernidad inicia realmente el 20 de agosto de 1501 a las 6:17 de la mañana. Cuando Luca Pinolo, propietario de una pequeña cantera de Carrara, se levantó como siempre con los primeros rayos de sol, ese día olvidó persignarse y encomendarse a Dios como también hacía siempre. Si su esposa se hubiera percatado de ello y le hubiera reclamado el olvido, él lo habría atribuido a las preocupaciones por la mala marcha del negocio. En realidad, aunque él no se de cuenta, se trata de una sorda rebelión de su subconsciente: cuando el negocio empezó a flaquear pasó una etapa de fervor religioso que se ha ido enfriando paulatinamente a medida que pasa el tiempo y la situación no mejora.
Al llegar a la cantera lo estaba esperando ya un forastero interesado en un bloque de mármol que le había sobrado de un pedido anterior. Lo identificó enseguida, era el mismo forastero que había estado merodeando unos días antes observando detenidamente ese mismo bloque. Dedujo que, si tanto le interesaba, podría obtener un buen precio por él, y en efecto, el forastero aceptó sin regatear el precio que le pidió, absurdamente alto. El primer buen negocio en mucho tiempo. Poco más se sabe de Luca, si bien las crónicas dicen que la crisis al final pasó, que Luca nunca más volvió a encomendarse a Dios, y que prosperó medianamente como ya habían hecho su padre y su abuelo, profundamente religiosos, y como también hicieron su hijo y su nieto, de una religiosidad más cuestionable. ¿Qué pasa? ¿Es que tan sólo pueden protagonizar la historia los personajes célebres?
¿Y el forastero? Ah, sí. Un tal Miguel Ángel al que el Ayuntamiento de Florencia le ha encargado una estatua de David. Es tan excéntrico que cree que la estatua ya existe dentro de ese bloque.

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